Un mal que destruye desde adentro
No sé si esto será sólo un escrito o una descarga, pero tengo que hacerlo.
Ahora que tengo tu atención. Permíteme que te cuente un poco de mí.
Tengo 43 años. La mitad de mi vida crecí en una iglesia y la otra mitad he permanecido en la que asisto actualmente. He vivido mucho y he visto aún más. Desde los 11 años Dios me ha dado el privilegio de ministrar tanto en las comunidades de fe en las que he estado y fuera de ellas. También, muy a mi pesar, puedo decir que he cometido casi todos los errores de los que pecan muchos cristianos. Lo frustrante es que no puedo prometer que no cometa más. Cada día tengo que hacer morir el viejo hombre; a veces puedo lograrlo, otras no.
Una de mis mayores faltas es la impaciencia y poca tolerancia a ciertas actitudes. Al día de hoy se me hace muy difícil lidiar con el chisme. Para mí es un cáncer que destruye poco a poco tanto a la iglesia como a cuaquier tipo de relación. Cuando tratan de espiritualizarlo con el famoso: “Me preocupa esto…”, o “Te lo digo para que me ayudes a orar…”, sinceramente tengo que controlar al viejo hombre que quiere salir nuevamente. A pesar de todo eso, puedo manejarlo.
Por otra parte, hay un mal que afecta a más cristianos de los que me gustaría admitir. Honestamente, no sé cómo sentirme al respecto. Yo también estuve ahí y conozco lo difícil que es aceptarlo y superarlo. Para mi vergüenza, a veces me encuentro luchando con eso, por lo que cada día tengo que rendir mi orgullo a los pies de Cristo. Ese mal luce muy bien a los ojos de algunas personas, pues tiene apariencia de piedad, pero la envoltura de algo no define su contenido. Sin más rodeos, al pecado hay que llamarlo por su nombre: arrogancia espiritual.
Una cosa es tener fuertes convicciones en cuanto a una postura y otra es intentar disfrazar ese orgullo con un falso manto de santidad. La misma Biblia nos enseña que sometamos todo a prueba y nos aferremos a lo bueno (1 Tes. 5:21). Me duele ver cómo en aras de cuidar la “sana doctrina”, se hiere a hermanos y hasta se ridiculizan otras posturas por el simple hecho de no compartir algunos lineamientos secundarios y hasta terciarios de nuestra fe. ¡Como si Dios no hubiera preservado la Biblia por tantos siglos sin nuestra intervención! Nos creemos la policía del evangelio.
Digo esto desde una posición teológica bastante conservadora. Quien me conoce sabe que mi teología tiende más a la reformada. Sin embargo, hay algunos aspectos en los cuáles no estoy de acuerdo, porque veo que tienen su fundamento más en la historicidad de la iglesia que en el mismo mensaje del evangelio. No intento congraciarme con todas las posturas. Hay cosas que no son negociables: La salvación es sólo a través de Cristo, sólo por fe, sólo por gracia, como sólo nos muestra la palabra de Dios y sólo para la gloria de Dios. Todo lo demás es secundario. Sí, tenemos que reflejar a Cristo; sí, tenemos que vivir vidas santas, pero el problema es que esto lo hemos definido por tradiciones y costumbres, por encima de lo que nos enseña la Biblia en la que decimos creer.
La Biblia es clara, es vigente y se interpreta a sí misma. Los problemas comienzan cuando le añadimos el “yo pienso”. “Yo pienso que lo que quiere decir aquí es esto”, y en muchos estudios bíblicos he escuchado el: “qué significa esto para ti”… ¡NO!... No es lo que significa para mí, es lo que dice la Biblia y punto. Nosotros nos moldeamos a lo que nos enseña la Palabra, no es al revés.
No estoy abogando por una fe ciega y sin fundamentos, lo que intento es llamar la atención al estudio bíblico responsable. Cuestionar lo que hay que cuestionar: para quién fue escrito, cuál es el contexto del autor y la época en que fue escrito; qué nos aplica a nosotros y qué no. Se nos olvida que la Biblia no se escribió en Puerto Rico, ni tampoco hace 50 años. Preguntar qué es lo que significa para nosotros individualmente es reducir la palabra santa de Dios a nuestro entendimiento imperfecto.
El ”yo pienso”, sin tener la información correcta, es tomar la intención de Dios al inspirar el texto y moldearlo a nuestra imagen y semejanza, el mismo pecado con el que Satanás engañó a Eva en el Edén: querer ser como Dios (Gén. 3:4-5). En una ocasión leí a un autor que decía que doctrina sin amor es arrogancia, mientras que amor sin doctrina es libertinaje.
La arrogancia espirirtual no sólo se muestra en aquellos que idolatran el conocimiento bíblico por encima de Dios mismo. Se encuentra también en aquellos que dando rienda suelta a sus sentimientos atribuyen al Espíritu Santo experiencias que no son más que emociones descontroladas. Emociones que se manifiestan en pelos parados y lenguas que nada tienen que ver con el propósito bíblico. No me mal entiendan, creo en el Espíritu Santo, en su manifestación y en su obra en la iglesia actualmente. El problema no es la tercera persona de la trinidad, son aquellas personas que en aras de una espiritualidad superior menosprecian con sus actitudes y acciones a quienes no compartan dichas experiencias, echando por la borda todo lo que profesan ser.
Mientras unos citan a teólogos más que a la Biblia misma, otros se refugian en experiencias personales que en su fondo distan mucho de lo que es el caminar cristiano. Bien nos enseñó el maestro cuando nos dijo: “Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que hacen.”(Mateo 23:2-3). Mientras tanto, millones se pierden porque nos olvidamos que nuestra lucha no es entre nosotros. Presentamos el evangelio según nuestro criterio y se diluyen las buenas nuevas de salvación. El diablo se ríe, pues le hacemos gran parte del trabajo con nuestras actitudes. No hablo de tolerancia al pecado ni de cargas impuestas por el sistema, hablo de regresar a ser bíblicos. Confieso que por mi formación a veces me encuentro entre el legalismo y la gracia, por eso tengo que regresar al evangelio y recordar que no es por mis méritos sino por la obra de Cristo (Efesios 2:8-9). Es ahí donde tengo que volver a la Palabra del Señor y recordar que TODO es por gracia para la gloria de Dios.
Oro para que Dios nos lleve nuevamente a su Palabra. Después de todo, es lo que nos dejó para conocerle y saber si algo viene de Él o no.
Interesante… Recuerdo una vez que me dijiste “la lectura teológica o apologética están bien, pero que eso no sustituya la Biblia”. Fueron palabras que marcaron mi vida y creo que va muy bien con este escrito. Hay que volver a las escrituras y rodear nuestra mente de “¿Qué dice Dios de esto?”
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