La meta
¡Cuán difícil es intentar cubrir todo el fruto del Espíritu con nuestras propias fuerzas! Gálatas 5:22-23 nos presenta una lista sublime de características que si uniéramos nuestra voluntad con nuestras intenciones aún así nos quedaríamos incompletos.
No es de esperar nada menos; el fruto del Espíritu es producido por el Espíritu y no por ninguna fuerza humana. No podemos por nosotros mismos producir amor, gozo, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad y control propio; sólo Dios puede producir un fruto divino y el pecado de nuestra naturaleza humana no puede alcanzar de ninguna manera esa meta tan elevada.
Si bien se nos llama a esforzarnos por dar fruto de salvación, es el mismo Espíritu Santo quien nos da las fuerzas para que nuestra meta sea ser cada día más como Él y exhibir ese fruto (Filipenses 2:12b-13), y a la misma vez es ese deseo de hacer la voluntad de Dios y conocer su obra en la cruz lo que nos garantiza la seguridad de la salvación. Más que una conciencia, es una persona que nos ayuda en nuestra debilidad y pone en nosotros el deseo y la necesidad de vivir una vida santa para glorificar al Padre aun cuando es la santidad de Cristo la que nos pone en buenos términos con Dios.
La lucha que vivimos es producto de que aunque el Espíritu pone ese anhelo en nosotros, nuestra naturaleza humana no se da por vencido (Romanos 7), pero que gloriosa seguridad tenemos en Cristo, que cuando la ley nos mostró nuestra inhabilidad de alcanzar la salvación, con su muerte y resurrección nos mostró el camino nuevo y vivo a través de Él mismo.
Podemos escudarnos en nuestras buenas intenciones, pero la realidad es que para vivir en comunión con Dios no son suficientes. Desde el Edén Dios solo nos pidió una cosa: obediencia, sin embargo, nuestros corazones tienden continuamente al mal (Gálatas 6:5), por lo que es imposible que un corazón contaminado produzca un fruto tan puro.
Es cierto, Dios conoce nuestro corazón. Por eso nos recuerda que lo necesitamos. Es fácil ponernos el sello de "buenos" cuando nos comparamos con otras personas. Siempre encontramos a alguien que esté peor y justificamos nuestra condición. El asunto es que el estándar no es ningún otro ser humano. Todos hemos sido alcanzados por el pecado. El estándar de la creación es establecido por el Creador. Cristo es ese estándar; Él es el camino, Él es el premio, Él es la meta. Parecernos a Él es a lo que debemos aspirar.
No existe meta más alta. Imposible para nosotros, pero alcanzable gracias al sacrificio de Cristo en la cruz. Gracias a Él tenemos la esperanza de que el que comenzó la buena obra en nosotros la terminará hasta que lleguemos a la estatura del varón perfecto.
No te rindas. Sigue caminando, porque lo que era imposible, Cristo lo hizo posible.
¡Me encanta! Esperando el próximo.
ResponderEliminarEl próximo sale el miércoles. Gracias por leerme.
Eliminar